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UN ESPACIO DE EXPRESION DE LOS ESTUDIANTES DE COMUNICACION SOCIAL

REPORTAJE

   
     

 

DIOS TE SALVE, MARIA.

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11 Mayo 2007
Actualizado: 10:45 Cali, Colombia.

Por Vivian Escruceria

Hoy, como es frecuente en el barrio donde reside, un daño en la planta abastecedora de energía eléctrica afecta este sector y otra cuadra aledaña. En la calle los niños juegan a las escondidas y aprovechan la ausencia de vehículos para explayarse a gusto, gritando e iniciando partidos de pelota sin árbitros ni redes. Las mujeres, sentadas en bancas o piedras al frente de sus casas, comentan temas triviales, mientras que las esquinas son abarcadas por grupos de adolescentes que parlotean y se hacen bromas al mismo tiempo. 

En su habitación el ruido de la calle se disuelve, pues queda al final del pasillo de una enorme casa. No le teme a la oscuridad, aclara, lo único que le molesta es que se va a perder “El Factor X”. Por lo demás, valora incalculablemente el silencio, lo que éste le ofrece, un sosiego que ella hubiese deseado prolongar al máximo, de no ser por el alboroto en que se encuentran unas gallinas que cacarean desaforadas en el patio vecino.

“Otra vez esas hijueputas gallinas…esa viejita no coje juicio. Ya le he matado tres esta semana.” Protesta María con la boca llena de caramelos. Mientras mastica vierte otro montoncito en su mano. “Es que es terca la vieja hijueputa”, concluye lanzándose de golpe sobre la cama.

“Cada vez que le mato una, la escucho llorar. Yo creo que ni siquiera se las come, ni siquiera cuando yo le hago el favor de destortillarlas cuando tengo sueño y las malditas no me dejan pegar el ojo…es que son más fastidiosas que la conciencia.”

Y es que habría primero que preguntarse qué papel juega la conciencia en la vida de una mujer como ella, cuyo oficio tiene tanto que ver con el sentir moral.

Es aparentemente tranquila, temperamento muy acorde con su figura alta y delgada, su tez pálida y los rasgos de su fisonomía: ojos grandes y negros, cabello castaño y nariz prominente. Hace pocos gestos, casi nunca sonríe y se pone la mano constantemente sobre los labios, como si intentara callarse ella misma, recordara algo, o simplemente se aterrara de su misma atrocidad.
 
“Si uno se pone a pensar en que mata gente por matar, cómo sería ese cargo de conciencia tan berraco. Uno lo que tiene que pensar es que no eran pa’ este mundo y que hay que ayudarlos a descansar, ¿no ve que somos muchos en el mundo como pa’ que el de arriba pueda escoger los que se tienen que morir? Entonces hay que ayudarle…ya si se salvan es porque no les tocaba.” En esta última frase María resuelve toda deuda espiritual que pueda tener con su alma.

Vestida como hoy, de jeans y blusa de tiras, podría parecer una mujer con una vida normal, exceptuando por el tatuaje del divino niño en su brazo derecho y la hendidura que centímetros más abajo me señala diciendo, como quien se refiere a los calores que hacen en Cali últimamente, “Por aquí me entraron cuatro tiros”.

 

“Mi niñez fue muy bonita, que no se diga después que yo mato gente  porque fui una niña traumada, -dice sonriendo sin ganas- yo podré ser lo que sea, pero fui muy bien criadita.”

Miguel fue quien le bautizó María, en una ceremonia con padrinos pagados y sin mucho aspaviento. Eso fue poco antes de rentar un cuarto en “La Sirena”, un terreno de invasión ubicado en la cumbre del barrio Siloé. Allí se crió María, bajo un sol inclemente, muy común en esa zona, que cada medio día le tostaba la piel y se filtraba por los agujeros de aquel cuartucho apenas cubierto por varias láminas de zinc. Allí creció, con las rodillas cubiertas de lodo en época de lluvia, poniendo platones de plástico y ollas en el piso para que el agua no se colara por los mismos agujeros que meses antes había penetrado el sol. Sin embargo las miserias del clima no le importaban a ella, que esperaba paciente que Miguel regresara todas las noches con alguna sorpresa en el bolsillo de su chaqueta.
 
“La sorpresa” nunca era algo materialmente valioso: siempre se trataba de un paquete de papitas fritas, un caramelo, un par de pinzas para el cabello, alguna pulsera plástica brillante o cualquier bujería que encontrara en la calle.

Los domingos eran sus días favoritos porque todo el día estaban juntos. En la mañana se levantaban temprano y bajaban a “La nave”, otro sector del barrio, a comer tamales acompañados de chocolate y arepas con queso; de paso, visitaban a algunos amigos de Miguel, que frecuentemente les invitaban a almorzar o les acompañaban a hacerlo fuera, y ya en casa de éstos, esperaban el caer de la tarde para ir a comer helado a Cosmocentro o cholados a las canchas panamericanas.

“Migue siempre me compraba cosas, y aunque la situación económica no era la mejor, yo notaba el esfuerzo que el hacía para darme gusto. Yo me acuerdo de un cumpleaños mío. Resulta que yo me había antojado de una muñeca patinadora y pues, en esos tiempos esas muñecas eran bien “cariñosas”, y el pobre Migue pues apenas si juntaba pa’ la comida, y yo, pues que quería la muñeca y torta y helado, así como le habían hecho a Marcela, una vecinita. Pues el día de mi cumpleaños, que se madruga el Migue y pega pa’ la calle. Llegó como a las dos horas y me mandó pa’ donde Marcela, y yo más aburrida, no por la muñeca sino porque a todas estas se había olvidado de darme el “feliz cumpleaños”; entonces yo pensé que él se había enojado porque yo le había pedido la muñeca y él no tenía plata, entonces me devolví pa’ decirle que la muñeca me importaba un culo y que yo no quería estar donde Marcela sino con él…cuando entré a la pieza, Migue había puesto un poco de bombas con serpentinas por toda la pieza, me había hecho una tarjeta de cumpleaños y el pastel él mismo, había comprado el helado y se había robado la muñeca de una tienda y me la había puesto encima de la cama, todo pa’ que yo estuviera contenta.”

María reconoce que ella era lo más importante en la vida de Miguel, ya que éste renunció hasta a la comodidad que brinda el dinero, por procurarle bienestar y un futuro.

“Todo fue lindo, hasta el día en que me lo mataron”. Su rostro cambia casi imperceptiblemente, pero no pierde su serenidad habitual. Su voz es la misma, sólo su mirada advierte una huella de dolor.

A Miguel lo mató un compañero de trabajo que se hacía llamar “el zurdo”, un sábado a la madrugada, en medio de una fiesta.

“Yo ni siquiera lo pude ver, ese fue el día más horrible de mi vida, doña Luz –la mamá de Marcela- me encerró en su casa que pa’ que bienestar familiar no me llevara, y cuando la policía preguntó por mí, pues todo el mundo se hizo el de la oreja mocha; doña Luz me dijo que no me preocupara, que ella se iba a encargar de mí, pero no era lo mismo…”

Allí vivió seis años más, hasta los trece, cuando descubrió que Bryan, el hijo mayor de doña Luz, era el que había aventado a Miguel con “el zurdo”, y que por su culpa, éste último había decidido quitarle la vida a su protector.

“Esa noche no dormí bien, ni el resto de la semana, eso fue como un miércoles…cuando llegó el lunes, empaqué mis cosas y esperé a que se hiciera de noche, entonces cuando todo mundo se acostó fui a la pieza de Bryan y le metí como veinte puñaladas con un cuchillo del papá de él, que era carnicero. Cuando se levantó todo mundo yo ya estaba terminando de hacerle un “diseño de sonrisa” con una navajita, que fue la única cosa que pude sacar de la casa cundo me mataron a Migue. Es que yo tenía tanta rabia…fijate que después me devolví pa’ la casa que ocupábamos Migue y yo, no pensaba irme de allí, pensé: ‘si les duele mucho la muerte de ese pirobo, pues que se amarren los pantalones y vengan y arreglemos, porque no me voy a ir’. Me quedé allí con todo y cuchillo esperándolos…estaba asustada  y creí que ahí había parado todo, pero al otro día vi cuando sacaron el cuerpo de Bryan, todo desfigurado y rajado por todos lados, como esos marranos de la galería. Sentí un fresquito tan bacano en el pecho, le recé un padrenuestro a Migue y me dije a mi misma: ‘ahora te toca a vos, zurdo’. Y arranqué a buscarlo…”

Por ese entonces descubrió que el hombre que buscaba con tanto empeño trabajaba para una gran organización de asesinos: EL CARTEL DE CALI. No le importó, era más su deseo de venganza que el miedo a los rumores que sobre dicho grupo circulaban.

Se hospedó en la casa de los amigos de Migue, aquellos que solían visitar los domingos, los mismos que le brindaron techo, alimento y armas para que encontrara “al zurdo”.

-Es un favor que le debemos al Migue –le dijeron.

Duró dos meses buscándole, hasta que un viernes en la tarde, le cogió la pista.
-Ahí lo tenés, María – le dijo uno de los amigos de Migue- pegálo de una vez.
-No. Este se muere un sábado. – sentenció la niña.

“Y se murió –murmura con la mirada extraviada- un sábado a la madrugada, como mi Migue.”

A los dos días, el jefe de “el zurdo” le acortó el camino. La amarraron, la subieron en una camioneta y se la llevaron. Cuando pudo despegar los ojos de la venda lo primero que apareció ante ella fue una figura masculina, un hombre añoso pero con rostro gentil. Ella se sorprendió al ver que era el mismo por el que varias campañas mediáticas en nombre del gobierno ofrecían incalculables sumas de dinero.

-Con que vos fuiste la que se me bajó el muchacho, culicagada…

El capo no obtuvo respuesta o explicación alguna de los labios de la joven, que le miraba con una mezcla de expectativa y rabia que él interpretó como valentía.

–Tenés actitud –volvió a decir el hombre- ¿querés trabajar conmigo?
 
La mandó a un entrenamiento de casi tres meses, que debían ser ocho reglamentariamente, pero que ella abrevió porque –según le dijo al capo- ya sabía lo más importante.

“Migue siempre me dijo que no me llenara de miedo y empezara a mirar para todos lados, que siempre analizara la situación primero, que pensara en otra cosa cuando me rogaran pa que los dejara ir, que no los mirara a los ojos porque eso era pecado, y que, ya cuando era el momento, nunca antes, sacara la pistola o lo que fuera y los mandara a decirle a Dios más de cerca las plegarias.”

-Te lo digo pa’ que te defendás, por si algún día te toca, ahora no es que te me vas a volver una gamina - le dijo esa vez.

Y es que él nunca quiso que ella perteneciera a su mundo, era “su responsabilidad” –según decía- desde que decidió salvarle la vida trece años atrás.

“Migue era un matón de profesión, no como estos pendejos de ahora, él le trabajaba a los duros de los duros. Mi papá trabajaba con esa gente, les pesaba la coca, y una vez se puso de lanzado a querer rebajarle la pasta a los duros y ellos lo mandaron a joder a él y a toda mi familia. A eso fue Migue y dos más, a descontárselo. Mataron a mi mamá, a mi papá, a mis tres hermanos y a un tío. Mi mamá estaba de dieta mía y me tenía cargada, entonces un parcero de Migue le dijo: ‘dale con todo y la bebita’ que dizque pa’ que yo no me quedara sufriendo solita en el mundo y que porque de todas maneras me iba a morir, que porque quién iba a cargar conmigo. Migue no fue capaz, me metió en un canasto que pa’ llevarme a Bienestar Familiar o pa’ dejarme por ahí en cualquier puerta, que porque matar una bebita tan chiquita era pecado. La cosa no les salió bien, casi los coje la ley, les andaba pisando los talones, entonces les tocó esconderse un tiempo en un pueblo, y como yo les servía de tapón pa’ hacer de cuenta que eran gente normal, pues me llevaron con ellos. ¿Quién iba a pensar que tres quiñetes –entre ellos una vieja- iban a cargar con una bebecita?, además Migue quería asegurarse de que yo quedara en buenas manos, porque ya me estaba empezando a coger cariño. El caso es que pasaron como dos meses y todos volvieron a trabajar, menos Migue, que había decidido que ni me botaba, ni me regalaba, ni nada. El no tenía familia, y si la tenía nunca hablaba de ella, entonces decidió que no iba a volver  a trabajar allá, que iba a trabajar independiente, así se ganara mucho menos, pero que se quedaba con la responsabilidad de darme techo, estudio y comida, que porque además así Dios lo perdonaba cuando se muriera.”

En este momento de la historia, María manifiesta haber cambiado de vida para cumplir con lo que él quería. Su mirada es todavía inalterable, suelta los caramelos encima de un roído nochero y enciende un cigarrillo que acaba de sacar del mismo sitio. Guarda silencio unos instantes, mientras absorbe dos o tres bocanadas de humo, para luego agregar:

“Todos los días lo intento… hasta empecé a estudiar, pero es difícil, muy difícil. Siempre estará la propuesta para hacer un buen trabajo donde estén pagando buen billete, o la persona que se la vuele a uno o que le haga algo malo. Es que el diablo es puerco, ¿no ve como me mandó esas putas gallinas de vecinas?...”

 

 

 

 

BIBLIOGRAFIA

*LEGARDA ASTRID, “El verdadero Pablo: Sangre traición y muerte”, 1era. Edición, Ediciones Dipón, Ediciones Gato Azul, 2005.

*BOLIVAR MORENO GUSTAVO, “Sin tetas no hay paraíso”, 2da. Edición, Quintero Editores, 2005.

*CASTAÑO JOSE ALEJANDRO, “¿Cuánto cuesta matar a un hombre?”, 1era. Edición, Grupo Editorial Norma, 2006.

*FRANCO JORGE, “Rosario Tijeras”, 4ta. Edición, Editorial Planeta, 2004.

 

 
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