DETRAS DE LA SOTANA
Por Cristina Echeverry
Llevaba treinta minutos de retraso cuando lo solicité por el citófono. Como si tuviera más de una cerradura, alguien intentaba abrir la puerta de aquel edificio que mas que una casa sacerdotal, parecía un conjunto de oficinas. Una monjita con varias décadas encima, lentes grandotes y una chaqueta nike del mismo color de su atuendo(blanco), me dio la bienvenida sin dejarme pasar, hasta no haber confirmado que Eduardo Bedoya (o mejor, Eduardo Santiesteban, como le gustaba que todos le dijeran por eso de que este último nombre tiene origen español), esperaba por mí.
Nunca había estado en el lugar donde vivían las personas que para mí eran un mito y por cómo observaba todo, se notaba que la curiosidad asaltaba mi prudencia. La monjita era cortés y me condujo a paso lento por un pasillo que terminaba en una salita de espera poco acogedora. Cuando pensé que hasta ahí llegaba mi camino y me disponía a sentarme, me indicó con la mirada que tomaríamos el ascensor para llegar hasta el motivo de mi visita. El móvil, que estaba junto a unas escaleras, era bastante viejo; más que viejo, era una especie de reliquia que nunca había visto; para introducirse en él, no se presionaba algún botón sino que uno tenía que abrir la puerta del ascensor como la de una casa. Su interior era estrecho, iluminado y enchapado en madera. Eran cuatro pisos y nos dirigíamos al último. Cuando se abrió la puerta, parecía que hubiera llegado a través de una nave “especial” a una dimensión desconocida, porque el lugar al que habíamos llegado no tenía ni una mínima relación con la salita de espera del primer piso y mucho menos con el ascensor, que eran viejos e incómodos.
Era la terraza, con plantas hermosas por todos lados, amplia, fresca y organizada. Me bajé del ascensor y la monjita me dijo que esperara en alguna de las dos salitas que se encontraban en el espacio cubierto por el cielorraso; entonces, me dispuse a esperar como si hubiera venido sólo a eso. El lugar se dividía en tres secciones. La primera, en donde yo estaba; la segunda, era un espacio descubierto y libre de muebles, que estaba en ese momento húmedo por la llovizna que me había perseguido hasta el lugar minutos atrás; y la tercera, era en donde se ubicaba la lavandería, la cocina y el comedor. En la última sección, podía ver a través de la puerta de vidrio a Eduardo, un seminarista con los estudios terminados, pero aún sin título debido a que sufría de los riñones y no quería graduarse sin estar bien de salud, según él, para poder ejercer con plenitud.
Hacía muchos años que no nos veíamos. Él había trabajado para mis padres como secretario en un negocio de carros, con el objetivo de tener experiencias laborales distintas a las que tendría una vez dedicado de lleno a la iglesia. Estaba gordo, cojo y viejo y se dirigía hacia mí después de haber conversado con un amigo policía que a la vez era sacerdote. Nos ubicamos en la salita contigua de la que yo estaba, porque los muebles por ser de cuero eran más cómodos. Entonces, sin premura, pero con ganas de saberlo todo empezamos a conversar.
Aunque Eduardo era de Cali, tenía un acento de todo lado.
¿A qué edad y por qué concebiste la idea de ser sacerdote?
Estaba en segundo de bachillerato en un colegio de Buga, tenía once años y era tremendo, indisciplinado, pero buen estudiante. Un día un profesor me preguntó que por qué era tan necio y me dijo, “pase por la Basílica y entre”. Entonces, yo dije: ¿Señor, qué quieres que yo haga?. Ese día, salí nuevo, llegué a mi casa, almorcé e hice las tareas. Al día siguiente, no asistí al descanso, sino que me senté en el parque y todos me decían: “Eduardo, venga a jugar”, y yo les decía: “no, no voy a volver a jugar y tampoco voy a volver a molestar en el salón. Voy a ser el mejor bachiller con disciplina excelente.” Desde ese día no iba a paseos, sino que me iba a la Basílica y me sentaba en la última banca a hacer las tareas.
Cuando terminé tercero de bachillerato, ya me conocía muy bien con los padres de la Basílica y deseaba hacer lo mismo que ellos hacían. Entonces, un día con maleta lista les dije a mis padres que me iba de la casa, que no lloraran porque no era su único hijo, (son diez y él es el último) que les agradecía por la educación; pero que este no era mi mundo y que tampoco me los iba aguantar a ninguno de los dos. Además, que no me iba a llevar nada de lo que me habían dado, que ahí les quedaba la grabadora y el televisor, que tan solo me iba a llevar unas mudas de ropa y que iba a volver cuando fuera profesional.
Pero ¿cómo es eso de que no te los aguantabas?
Esta es la hora en la que no me he dado respuesta. Lo que pasa es que ellos salían mucho y me dejaban solo.
¿Y tus hermanos?
Ellos ya estaban casados, porque entre la novena hermana y yo, había nueve años de diferencia.
Tal vez esa es la razón por la que dijiste que no te los ibas a aguantar más.
Sí.
¿Pero para dónde te ibas exactamente?
Me iba para Manizales, porque en Buga no había casa de formación o seminario, sino casa para los padres.
¿Y tus estudios?
En el seminario podía terminarlos y en efecto lo hice, quedé como el mejor bachiller.
¿Eras consciente del tiempo que ibas a estar por fuera?
Si, yo sabía que tenía que terminar los tres años de bachillerato que me faltaban y era consciente de los cuatro años de estudio en el seminario.
¿Alguna vez te arrepentiste de la decisión que habías tomado?
No, porque no tendría paciencia para casarme, ni vivir con mi mamá.
¿Cuándo llegaste a Manizales los llamaste?
No. Pero yo le dejé el número telefónico a mi mamá para que me llamara; sin embargo, sólo nos llamábamos en las fechas de nuestros cumpleaños.
¿Cómo era la relación con tus papás?
Era distante con los dos; aunque la relación con mi papá era mala, porque era muy regañón; entonces prefería hablar con mi mamá en casos especiales. Desde que me interesé por la vocación sacerdotal no les pedía nada, con lo que me daban para el colegio, sacaba para las copias y demás cosas que necesitara. Tampoco les pedía libros, trabajaba con los de mis compañeros.
Cuando me gradué en el seminario de bachiller, no les avisé. Tampoco cuando hice la primera comunión, lo único que les dije fue: “felicítenme porque hice la primera comunión” y mi mamá: “¿y el vestido?”. Para recibir a Cristo no necesito un saco, ni una corbata, dije.
Cuando estaba en segundo de bachillerato hice la confirmación y les dije: “los invito a la confirmación esta noche en la catedral. Si quieren y tienen tiempo, bienvenidos”, entonces mi mamá: “¿quién va a ser el padrino?”. “El esposo de mi hermana, y eso si se le da la bendita gana”, respondí.
Hace poco mi hermana me preguntaba que si lloraría cuando mi mamá se muriera y le dije que no. Que no tenía porque qué llorar, que antes debía estar muy agradecido con Dios porque se va a reunir con el Señor, porque ella ha sido muy sufrida y Dios la va a valorar y le va a dar un premio cuando suba al cielo.
¿A qué te refieres con que tu mamá ha sido muy sufrida?
Mi papá era muy borrachín. Cuando él llegaba yo le abría la puerta y le decía a mi mamá: “allí se lo trajeron”. Él no golpeó a mi mamá, ella no se hubiera dejado, pues es muy temperamental.
¿Tienes un temperamento fuerte?
No, antes sí, gritaba y me enojaba con facilidad, me daba ira.
La ira es un pecado capital ¿no te mortificabas por sentirla?
No, me siento mal cuando humillo a una persona. Por ejemplo, mi hermano era muy orgulloso porque tenía plata y la mujer lo hizo quedar en la calle y ahora son muy pobres. Ellos viven en el segundo piso de la casa en donde vive mi mamá.
Un día la cuñada me dijo que si yo la podía ayudar con alguna cosa y yo le dije: “yo le ayudo, pero tiene que ser la empleada de mi mamá y hacer todos los oficios, y así yo le pago doscientos mil pesos. Pero yo le traigo el delantal y se lo tiene que poner como empleada.”
Entonces, como la casa en donde viven mis papás es mía, dejé que mi hermano y la cuñada ocuparan la segunda planta, con la condición de respetar los límites entre el primer y el segundo piso, pues yo no los quería ver cerca de mis papás. Le dije a mi mamá que esa señora tenía que lavar, planchar, organizar, tener los baños limpios y sentarse a brillar el piso, porque esa era nuestra venganza.
Pero eso fue una humillación ¿Por qué lo hiciste?
Antes de estar en una mala situación económica, esa señora decía que mi mamá era una mala suegra e intentaba alejarla de mi hermano. Yo una vez le grité que iba a pagar todo lo que nos estaba haciendo... le había llegado la hora.
Bueno, pero ahora ya todo ha cambiado, porque se recuperaron económicamente y esa mujer no hace los oficios; aunque siguen viviendo en mi casa, tan sólo me pagan el arriendo.
¿Por qué tu familia está viviendo en una casa tuya?
La casa materna está en arriendo y mi casa es mejor. Yo le hice poner cerámica a todo el piso, compré muebles italianos. Ese es el orgullo, que la gente vaya a tu casa y mire todo lo que tienes.
Pero ¿El lujo no es algo a lo que ustedes como sacerdotes, o en tu caso casi sacerdote, no deben tener acceso?
Es por un compromiso social. Yo cuando era pequeño le decía a mi mamá que odiaba ser pobre. En realidad no éramos pobres, teníamos más o menos, lo que pasa es que yo le pedía mucho a mi papá y siempre quería ser el que mejor vistiera del colegio.
¿A qué te refieres con que tenían más o menos?
Mis papás eran profesores y yo les pedía muchas cosas, para que la gente pensara que éramos nosotros los que teníamos más.
¿Y seguís pensando así?
Risas.
¿Eso no va contra tu vocación?
No, Jesús dice que uno tiene que ser humilde, pero eso no quiere decir que uno tiene que vivir en la pobreza; por eso, el que yo quiera vivir bien no me hace sentir mal. Mire al Santo Papa cómo vive.
Pero él es muy criticado, porque hay muchas personas muriéndose de hambre.
Pero el no tiene la culpa, porque ¿usted por qué tiene que casarse con un pobre?. Usted no tiene porque casarse con un pobre, usted tiene que mejorar lo que sus padres le han dado.
Pero si yo me enamoro de un pobre ¿qué pasa?
No puede ser, tiene que negarse asímisma. Tiene que negarse a la amenaza de un pobre, de un negro.
¿Por qué no podría enamorarme de un negro?
No, porque usted es blanca, tiene que enamorarse buscando a alguno de su color, por la posición social de su familia.
¿Mi posición social?
Si, porque su familia es blanca y usted está en la universidad, tiene que conseguirse a alguno de su rango.
¿Y si el negro es rico?
Bueno, tiene que ser bastante rico.
Por la discusión anterior, la siguiente pregunta puede suponer una respuesta obvia.
¿Eres racista?
Si, pero tengo que aceptarlos. Por ejemplo, mi hermana tenía un novio negro y eso me molestaba mucho; así que le dije a un amigo que la invitara al cine y ella acepto. Ese mismo día, el novio de mi hermana vino a preguntarla y yo le dije que mi hermana era la persona más hipócrita que había conocido, porque ella era racista. Que a mí me dolía mucho lo que le estaba haciendo y que ella lo estaba utilizando, porque había salido con un blanco a bailar. Le aconsejé que no la volviera a llamar, que ni siquiera volviera a pasar por mi casa, que si ella lo llamaba le colgara el teléfono. Y se marchó.
Luego, llegó mi hermana y me preguntó por él. Le conté que lo había visto besándose con una mona y que recurrentemente, los negros siempre las buscaban para aclarar la raza, que por eso era mejor que se alejara de él. Y en efecto así ocurrió, nunca más se volvieron a ver.
¿Consideras que los blancos somos la raza superior?
Si, porque deben estar enrazados con algún español.
¿Estás de acuerdo con el genocidio nazi?
Si, yo pienso que todo debe estar en su lugar. Los negros deberían estar en un barrio sólo para ellos.
¿Tus relaciones interpersonales están regidas por la raza?
Pues, no. Pero en caso de que tuviera la libertad de enamorarme lo haría de una blanca. En el seminario me enamoré de una profesora que era blanca, pero no pasó nada, todo se quedó en una ilusión.
¿Pensaste alguna vez en conformar una familia?
No, porque no me aguantaría ser esposo y tener que lidiar con mujer y con hijos. A ella le daría una pela todos los días, por cochina, desobediente, mandona y desorganizada.
¿Y si fuera todo lo contrario?
No, en algo tendría que fallar. Le pegaría cada vez, tres correazos.
Eres poco tolerante.
Para casarme yo hubiera sido tenaz. A los niños les pegaría una pela todos los días por insoportables e inquietos. Tendrían que ser los mejores en el colegio, para que fuera todo lo contrario.
En esta casa viven treinta y tres personas: veintisiete sacerdotes y seis monjas. ¿Cómo funciona la convivencia?
Aquí no hay problema con ninguno, porque cada uno es por su lado.
¿Qué concepto tienes de la mujer?
La mujer es una persona muy importante para la sociedad, porque sin ella quién se encargaría de los niños, de la comida y de la casa.
¿Alguna vez has visto a una mujer desnuda?
Esa pregunta no te la podría responder.
Seguidamente, observa el reloj y me comenta: “aquí somos muy cumplidos con los horarios y es la hora del almuerzo, creo que debemos dar por terminada la entrevista.”